Según la “Teoría de la conducta planificada”, introducida por Ajzen (1988), la implementación de una conducta depende de la intención de implementarla y del control del individuo sobre su capacidad para implementarla. Los determinantes de la intención se identifican a su vez por:
1- Actitud hacia el comportamiento, es decir, los beneficios y costes asociados con él,
2- Por reglas subjetivas, es decir, en la medida en que las personas importantes para un individuo aprueban o desaprueban el comportamiento.
¿Qué significa todo esto para un educador financiero de calidad?
¿Cómo puede el educador financiero de calidad ofrecer un contexto que favorezca la implementación de conductas virtuosas?
En el primer caso se trata de utilizar herramientas (software) que te permitan realizar simulaciones de “qué pasaría si” para evaluar los impactos de las posibles elecciones en tu vida y en tus seres queridos, es decir, lo que un educador financiero llama un “proyecto de
vida”. Estas simulaciones no serán el resultado de opiniones, sino que, como establece la norma técnica de calidad, se basarán en estimaciones objetivas generadas por teorías y estadísticas económicas reconocidas. Para dar un ejemplo concreto, la estimación de un capital financiero no se logrará simplemente capitalizando un capital a un tipo de interés esperado, sino elaborando escenarios de Montecarlo basados en rendimientos promedio mensuales reales y calculados a diferentes niveles de probabilidad. Las herramientas de software, por lo tanto, deberán someterse a una “validación” antes de ser utilizadas por los educadores financieros. Al igual que en el campo médico, donde antes de utilizar una máquina de rayos X, esta última debe ser validada en base a ciertos estándares de seguridad.
El segundo factor, que influye positivamente en el comportamiento, es la “participación familiar”. El educador financiero de calidad ya en la primera reunión lo invita a presentar esta estrategia. Cuanto más “las reglas subjetivas” se amplían y comparten, mayor es el
compromiso de todos los implicados en respetarlas y, por tanto, en la consecución de los objetivos marcados. Por poner un ejemplo, si toda la familia comparte habitualmente los esfuerzos para gestionar “el hogar”, este comportamiento se convierte en una forma de
reforzar los comportamientos recíprocos y empujar hacia la persistencia del propio comportamiento.
El tercer factor se refiere a la última fase del servicio de asesoramiento objetivo que un educador financiero de calidad normalmente implementa durante el “seguimiento”. Esa es la fase en la que se verifica si las cosas cumplen con lo inicialmente previsto o requieren
correcciones. En este caso, durante esta operación, se genera automáticamente el efecto de “control percibido” en el que los familiares se preguntan si sus conductas han producido los efectos deseados.
Estos factores, de implementarse efectivamente, permiten transformar las actividades de educación financiera y las intervenciones de ayuda en acciones duraderas y efectivas, es decir, capaces de producir efectos persistentes que numerosas investigaciones han medido en términos:
• materiales (+ 4% de rendimiento anual adicional¹)
• intangibles (+ 13% bienestar psicológico, -22% menos estrés y + 17% mayor confianza en la gestión de los aspectos económicos y financieros).
Un educador financiero de calidad apoya a las familias de manera profesional, ayudándolas de manera efectiva en la identificación de las necesidades y prioridades para apoyar un comportamiento virtuoso para el futuro económico y financiero.