Cuando hacemos educación financiera, lo primero que hay que recordar es que el objeto de nuestra actividad no es el dinero ni los instrumentos financieros sino el bienestar de las personas. De ahí la necesidad de asignar el lugar adecuado tanto a los medios (dinero) como a los factores (gastos, riesgos, necesidades, deseos) que contribuyen a la consecución de tan humanamente relevante objetivo.

Para hacer educación financiera debemos sentir afecto por el usuario, una capacidad que vaya más allá del mero interés. Esto no significa asumir los destinos y pesares del mundo ni confundir empatía con condescendencia, pero no podemos
ser buenos educadores financieros si no sabemos conmovernos por los asuntos humanos.

A la luz de esta profunda convicción, el libro ofrece a los diseñadores y ejecutores de servicios de educación financiera reflexiones para aumentar la eficacia con la que contribuyen a aumentar el bienestar de sus usuarios: desde la diferencia entre alfabetización y educación financiera personal hasta la forma de abordar y capacitar a los distintos grupos destinatarios; desde la estructuración de un plan financiero personal al diseño de sus etapas; desde la elección y preparación de las herramientas hasta la puesta a punto de los contenidos.

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